miércoles, 2 de febrero de 2011

Un día en el paraiso

En septiembre del 2005 uno de nuestros pibes, Tiago (no pongo su verdadero nombre), fue llevado al Instituto Gambier en la entrada de La Plata. Tiago tenía un complicado pasado (y presente) de apenas 14 años: la mamá y el padrastro no lo querían en la casa, papá alcohólico, violencia para dar y repartir, hermano mayor en la cárcel, estadías en Hogares Sustitutos e Institutos (nefastas en algunos casos), varios intentos de "adopción" que terminaron en ilusiones rotas, causas por robos menores, alguna que otra adicción, y la perseverancia en mala yuntas.
 
Empezó a jugar al fútbol en el Club, nuestro Club, el Deportivo Barracas de General La Madrid, a comienzos del 2005 y se destacó inmediatamente al arco("saqué reflejos de cuando me pegaban con el alambre"). Tanto es así que atajó en el equipo de los chicos más grandes (16/17 años) como si nada. Se hizo del grupo inmediatamente y se dio una oportunidad para tener un lugar donde hacer las cosas bien y dejar toda la mierda a un lado, para hacer amigos y para disfrutar un poco.
Y tuvo una de sus más grandes alegrías… ese equipo salió campeón en la Liga con Tiago debajo de los tres palos (y un adulto atrás del arco para hablarle y serenarlo más de una vez)… campeones sin una sola tarjeta roja (al igual que en las otras categorías), en una campaña impecable que le devolvió a nuestra Institución un trofeo después de 9 años de sequía.
 
El 2005 depararía una mala. Como dijimos, sobre la segunda mitad del año las cosas se desbarrancaron (una nueva pelea con la madre) y se quedó sin techo, y las alarmas se prendieron y algún juez escribió una orden y un lunes vino un patrullero a buscarlo.
Estuvo 9 meses en el Gambier. Lo fui a visitar, lo llamamos todos los sábados -el día que se podía; los compañeros iban a casa para hacer cola en el teléfono-. Hicimos contacto con las psicólogas de allá y nos mantuvimos al tanto semana a semana.
Fue duro pero fue una buena experiencia para galvanizar los espíritus.
 
Por esta misma red escribí del tema una vez, ustedes saben que soy más que positivo y no jodo con este tipo de temas, porque además me cago en la compasión inmovilizadora, en la lástima expiadora. De hecho, este tema motivó, en nuestro Club, el proyecto de hacer una Pensión para adolescentes (ya hemos adquirido el terreno, del que tomaremos posesión a mitad de este año).
 
Volvió del Gambier a nuestra Ciudad con el mandato de recomponer la relación con su papá, pero al mes ya se habían agarrado a las trompadas (en realidad su papá le pegó con un fierro). Y otra vez aparecieron todos los fantasmas.
Nuestro Club figura en el expediente del chico, donde manifestamos nuestra intención de participar en la contención. He hicimos gestiones para que este nuevo escollo no determinara otra internación. Entonces le posibilitaron a Tiago vivir con un hermano mayor pero aún menor de edad (otra relación que tiene sus altos y bajos).
 
Todas estas idas y vueltas determinaron que no pudiera ir al Club asiduamente (iba más a casa que al Club), que no comiera bien, que no durmiera bien, que no entrenara y que al volver, una vez terminada su última odisea, tuviera que buscarse un nuevo lugar en el grupo, ya que el arco estaba ocupado ahora por el Rusito, un pibe que viene destacándose desde hace mucho tiempo.
Fiel a su estilo, se propuso ser feliz en el Club y aceptar el nuevo panorama, y hacerse del grupo, y disfrutar y participar sin ningún tipo de problemas. Le tocó jugar al centro (sin saber en que puesto se desempeñaría mejor). Le tocó ser suplente.
 
El sábado pasado se desarrolló una nueva fecha del Torneo de la Liga. El partido de los chicos más grandes era parejo con una leve superioridad de los chicos de Barracas, que ganaban 2 a 1. Sobre el final una distracción del Rusito, el nuevo arquerito, provocó el empate. Tiago ya había entrado ("jugá arriba y hacé lo que quieras" le dijo el "Mulo", su DT)… tenía los dedos enrollados en el par de botines 39 que le habían prestado (calza 41) pero muchas ganas de correr. Había estado carpiendo en casa el viernes (para hacer una quinta, un proyecto en común que tenemos) y yo le había dicho que no fuera el sábado a la mañana para que jugara descansado.
Dicen los que lo vieron, que los chicos sacaron del medio de la cancha con pocos minutos por jugarse y con el 2 a 2 reciente e injusto sobre sus ánimos, y que en esa misma jugada Tiago sacó un zapatazo impensado que se clavó milagrosamente en el ángulo. Unos me dijeron que pateó de afuera del área, otros -dispuestos a que se haga una leyenda de todo esto- dicen que pateó de media cancha.
Sea como fuere, yo hubiera pagado cualquier cosa por verlo (estaba haciendo otra cosa en el club y los chicos jugaban de visitante)… y no tanto por ver el gol sino el festejo: todo el piberío se le tiró encima y por un momento Tiago fue Maradona, Messi, Carlitos Tevez, fue feliz, fue el mejor, fue rey de reyes, fue Leonidas triunfante con nada. Hubiera pagado cualquier cosa por verle la cara, los ojos, saber que le pasó por la cabeza en ese momento. Abrazarlo, por supuesto, y llorar como lo estoy haciendo ahora. Y cagarme en la compasión inmovilizadora gritando un gol en la cara de la mala suerte, de las malas infancias, de los errores, de este mundo que a veces es tan dolorosamente complicado.
 
Eso tiene el fútbol (muchas veces frívolo, violento, injusto y mercenario).
 
Dios quiera (si existe) que mejores cosas vengan para Tiago y todos… pero, si no es así, gracias aún por darnos aunque más no sea estos pequeños momentos, estos portales con los que uno consigue aferrarse a metéforas, anécdotas, historias, que lo hacen más fuerte, más feliz. Quería compartirlo. Muchas gracias y mil disculpas.    
 
Muchos saludos. Diego Rivada
Club Deportivo Barracas de General La Madrid.

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